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    Se cumplen 106 años de la muerte de Clímaco Soto Borda (1870–1919), uno de los escritores y periodistas más irreverentes de comienzos del siglo XX en Colombia.

    Autodidacta y bohemio, Soto Borda es recordado por darle a la crónica un estilo fresco, humorístico y cercano, que lo convirtió en pionero de la crónica moderna en el país. Sus obras siguen siendo un referente para comprender el tránsito entre la prensa satírica, la crónica moderna y la narrativa urbana de comienzos del siglo XX.

    Según la información que reposa en el Museo Nacional de Colombia, fue huérfano de padre desde niño. Se formó lejos de la academia y cerca de tertulias, imprentas y noches bohemias de Bogotá. Su pluma se caracterizó por el ingenio, la ironía y la capacidad de retratar  escenas sociales y políticas en un país marcado por guerras civiles.

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    Portada de Siluetas parlamentarias (1897), Chispazos de Cástor y Pólux (1898), y Salpique de versos, con una llovizna (1912). Cortesía: || Museo Nacional de Colombia

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    La mujer que yo amaba y me amaba, 
    una tarde
    me cambió por un rico burgués
    de los peores del gremio.
    No pude casarme. Faltábame el oro
    Nególo el judío, mi noble usurero...
    Y ahora vivo solo, feliz con mi madre 
    ¡Bendito usurero!
    Fragmento del poema Bendito usurero
    Salpique de versos.

    Fue miembro  de la Gruta Simbólica, un reconocido grupo literario bogotano donde artistas y escritores se reunían a leer versos, improvisar y debatir sobre la vida cultural en medio de la bohemia capitalina. Allí, bajo el seudónimo de “Cástor”, Soto Borda consolidó su espíritu provocador y su talento como cronista ingenioso.

    La crónica moderna

    En 1897 publicó Siluetas parlamentarias, una obra en la que, con estilo punzante, dibujaba perfiles de políticos y congresistas de la época. Allí ya se vislumbraba lo que sería su marca: la crónica breve, fresca, sin solemnidad, cargada de humor y crítica social. Muchos lo consideran pionero en transformar la crónica en un género narrativo autónomo dentro del periodismo nacional.

    Además de colaborar en medios de la época, como El Espectador, fundó periódicos como El Rayo X y La Barra, espacios en los que experimentó con un lenguaje coloquial, burlón y directo, muy distinto a la rigidez que dominaba la prensa de finales del siglo XIX.

    Narrador y poeta irreverente

    Su obra no se limitó al periodismo, cultivó la poesía y el cuento como en Polvo y ceniza en 1906 o Salpique de versos, con una llovizna en 1912, textos donde mezcló la lírica con sátira. Su novela Diana cazadora, publicada en 1917, retrató la decadencia de la élite bogotana en medio de la Guerra de los Mil Días, combinando realismo y caricatura social.

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    Un legado latente

    Más de un siglo después de su muerte, Soto Borda sigue siendo recordado como un escritor que desafió la solemnidad literaria de su tiempo. Su legado no se mide solo en títulos, sino en haber abierto un camino hacia una literatura urbana, humorística y crítica, que anticipó la vitalidad de la crónica periodística del siglo XX en Colombia.

    En sus páginas queda el eco de un hombre bohemio, guitarrista de tertulias, amante de la sátira y, sobre todo, un cronista que supo reírse de su época para narrarla con autenticidad.

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