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    Cada vez que un niño migra, no solo cambia de lugar: pierde vínculos, rutinas y afectos. Así lo plantea El niño maleta, un libro que pone en el centro del debate migratorio a quienes pocas veces son escuchados. En el marco del Día Internacional del Migrante, que se conmemora cada 18 de diciembre, esta obra se presenta como una propuesta necesaria para reflexionar sobre una experiencia que, para miles de niños, no es una elección, sino una carga que se arrastra desde la infancia.

    El libro fue creado por las licenciadas en infancia Luz Ángela Bustos y Alba Yaneth Álvarez, del Politécnico Grancolombiano, a partir de la pregunta: ¿Cómo viven los niños la migración cuando no tienen voz ni voto en la decisión? La respuesta no aparece en estadísticas ni en discursos oficiales, sino en dibujos, frases sueltas, silencios y emociones profundas.

    “Muchos niños migran sin saber por qué, sin poder decidir. Se les lleva como a una maleta, sin preguntar, sin explicar. Así nació la metáfora”, dijo Ángela Bustos. Esa imagen, la del niño convertido en equipaje, atraviesa toda la obra y le da forma a un relato que conmueve por su honestidad y sencillez.

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    «El libro no habla de fronteras ni de políticas públicas, sino de emociones»

    La infancia migrante, una voz pendiente

    En Colombia y en gran parte de América Latina, la migración, ya sea por factores de desplazamiento interno, crisis económicas o conflictos armados, ha marcado a millones de familias. no obstante, el impacto emocional en la niñez sigue siendo una conversación aplazada. 

    Según organismos internacionales, más de 43 millones de niños en el mundo han sido desplazados de sus hogares. Mientras los adultos discuten documentos, rutas y permisos, los niños se hacen preguntas más simples y más dolorosas: ¿por qué ya no vamos a mi escuela?, ¿Qué pasó con mis amigos?, ¿por qué no me dejaron despedirme?. El niño maleta abre ese diálogo desde la sensibilidad, alejándose del dramatismo para centrarse en la comprensión.

    El libro no habla de fronteras ni de políticas públicas, sino de emociones: del miedo a lo desconocido, de la nostalgia por lo que se deja atrás, de la esperanza que se intenta reconstruir una y otra vez. Para muchos niños migrantes, la promesa constante de que “allí estaremos mejor” .

    Dentro de los aspectos más importantes del libro es cómo se retrata la migración como una experiencia de repetición y espera. El niño no solo empaca objetos, también empaca emociones. Cada vez que comienza a adaptarse, debe volver a partir. La frase “duerme con la ropa puesta” se convierte en un símbolo de esa inestabilidad constante, de una infancia vivida en tránsito.

    El relato también muestra el impacto del desarraigo en la madre, quien carga con la responsabilidad de encontrar ese lugar prometido. Aunque existen momentos de alegría , como el encuentro con los abuelos o el juego con otras “maletas”, la sensación de provisionalidad nunca desaparece. Incluso en los espacios de calma, la posibilidad de un nuevo viaje siempre está latente.

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    Un libro para escuchar y sanar

    Más que un libro ilustrado, El niño maleta es una herramienta pedagógica y un espacio simbólico para la memoria. Una invitación a escuchar de verdad y a crear entornos donde los niños puedan narrar su historia y sentirse parte de algo que los acoge.

    Las ilustraciones fueron realizadas por los propios niños participantes en los talleres. Sus dibujos , a veces simples, otras veces crudos, transmiten lo que muchas veces no logran decir con palabras. Aparecen elementos como trenes, casas partidas, mochilas abandonadas, padres tristes y juegos incompletos. Pero también nuevos amigos, caminos abiertos y reconstrucciones posibles.

    La imagen se convierte en lenguaje emocional y el libro en un espacio para sanar. “En una sociedad donde la migración ha dejado de ser una excepción para convertirse en una experiencia común, escuchar a los niños se vuelve un acto transformador”, afirman sus autoras.

    Entender la migración desde la infancia no es solo un ejercicio de empatía: es una forma de reconocer que, para muchos niños, migrar no es un viaje, sino una carga que se aprende a llevar demasiado pronto.

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    Juan Esteban López Maldonado
    Periodista

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