El sol se pone sobre los techos, las paredes de ladrillo y las calles angostas, a lo lejos, se escucha el rebote de un balón, las conversaciones por la tarde y los recuerdos de momentos que perduran bajo el cemento. María Teresa Fuenmayor se detiene un momento frente a una casa, arriba lleva un cartel, que lleva el nombre de Fundación Armero Vive , esto lo construyo ella, es el lugar donde la comunidad se reúne. Su voz, cálida y firme, parece contener todas las vidas que se apagaron y todas las que ella ha ayudado a volver a encender.
“Cuando llegamos aquí —dice— no había nada. Solo tierra, una obra, un proyecto por hacer”
Han pasado cuatro décadas desde aquel 13 de noviembre de 1985 en que el Nevado del Ruíz rugió y arrasó con todo, la catástrofe de Armero se llevó más de 20.000 vidas, el lodo se llevó las casas, de la noche a la mañana, la vida de familias fueron completamente arrasadas y fragmentadas, la naturaleza había destruido todo a su paso.
Cuatro años después, en 1989, María Teresa llegó a Soacha con la mirada llena de ausencia. Había perdido un hijo, parte de su familia, su casa, su historia, pero traía consigo algo que nadie ni nada le pudo quitar, la voluntad de empezar de nuevo.
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El nacimiento de un barrio
Le cedieron un terreno, donde apenas se levantaban unas 200 casas, no era fácil, muchos días vivían con miedo, en la noche permanecían atentos, nunca se podía bajar la guardia.
“La gente venía a quitarnos los lotes —recuerda—. A veces dormíamos afuera para que no nos sacarán los habitantes de calle y hasta la guerrilla.”
El barrio Armero, en comuna cinco de Soacha, se fue levantando y progresando únicamente a causa de la comunidad, nunca hubo otra ayuda de tipo social o económica, pero a pesar de todo, se ayudaban entre ellos y por supuesto, para los Armeritas significaba un lugar seguro en el cual reposar.
De ese impulso Teresa crea la Fundación Armero Vive, junto a su hijo y su nuera. Un espacio pequeño pero allí los jóvenes del barrio encontraron un refugio para crear, aprender y soñar, mediante de clases de música, artes plásticas y reuniones de la comunidad celebrando la vida.
«Faltan manos que ayuden a construir e impulsar porque los jóvenes de familias Armeritas tienen mucho talento, aquí hay jóvenes increíbles, solo necesitan que alguien los mire, que alguien crea en ellos.” señaló María Teresa.
El barrio Armero sigue siendo pequeño, pero está lleno de historias, entre casas humildes y coloridas, los locales, las bicicletas por las calles y las tardes que se sienten eternas hay gente que sigue día tras día, luchando por no desfallecer, por nunca olvidar lo que infortunadamente tuvieron que dejar en tierras tolimenses.
A veces, el viento trae un eco lejano, como si el volcán todavía susurrara, recordando de dónde vienen, una historia que hoy cumple 40 años.
Resiliencia: el fuego que no se apaga
María Teresa observa hacia las montañas soachunas y guarda silencio, en sus ojos se nota el cansancio, pero también algo más profundo: la serenidad de quien ha derrotado al olvido. Ella no solo fundó un barrio; fundó una manera de resistir. “Muchos sólo recuerdan la tragedia —dice—. Pero pocos saben que todavía estamos aquí, que seguimos construyendo, que seguimos vivos.”
Desde este rincón de Soacha, el barrio Armero, custodiado por altares religiosos, levanta su voz, de los que se quedaron, de los que lo perdieron todo y aún así volvieron a empezar.
La voz de una comunidad que convirtió la ceniza en calles pavimentadas y el dolor en un pequeño espacio, que resiste y crece. Porque Armero no murió. Armero vive.
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