En las tierras fértiles de Cundinamarca, donde Tocancipá y Briceño entrelazan su historia con el progreso, se levanta un espacio que guarda la memoria, la imaginación y el orgullo de un pueblo: el Parque Jaime Duque. No se trata de un parque cualquiera, sino de un lugar concebido como legado, un símbolo de identidad y un puente entre la tradición colombiana y el diálogo con el mundo.
El narrador de esta historia sabe que, en cada visitante, ya sea un niño curioso, un viajero extranjero o un anciano nostálgico, se despierta la misma sensación de asombro al cruzar sus puertas. Allí, la majestuosidad de réplicas universales como la imponente Taj Mahal, reinterpretada con sello propio, convive con la exaltación de la fauna, la flora y el patrimonio cultural colombiano. Todo fue pensado por Jaime Duque, aviador visionario que soñó con regalarle al país un parque no solo para el entretenimiento, sino para el aprendizaje y la reflexión.
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Los municipios de Tocancipá y Briceño han visto en este parque una fuente inagotable de dinamismo cultural y social. El flujo de visitantes impulsa la economía local, da vida a las calles y convierte a la región en punto de encuentro para turistas nacionales e internacionales. Sin embargo, la relevancia del Parque Jaime Duque trasciende lo económico: se erige como un aula abierta donde convergen el arte, la historia y el respeto por la naturaleza.
El narrador omnisciente contempla cómo las familias recorren sus senderos temáticos, cómo los estudiantes descubren en sus museos una historia que parecía distante, y cómo los investigadores encuentran en su bioparque un escenario para la conservación de especies. Todo esto, en un espacio que ofrece la rara virtud de educar mientras te maravillas.
Decir que el Parque Jaime Duque es un lujo no es exageración, sino un reconocimiento justo. A la altura de complejos culturales y temáticos de renombre internacional, este rincón de Cundinamarca logra lo que pocos: rescatar la memoria del pasado, proyectar una visión de futuro y, al mismo tiempo, regalar un presente vibrante a quienes lo visitan. Tocancipá y Briceño, desde su cotidianidad, lo observan con orgullo; saben que en esas tierras se alza un patrimonio vivo, un referente que trasciende fronteras y sitúa a la región en el mapa cultural del mundo.
En cada piedra, en cada escultura y en cada animal cuidado late una certeza: el Parque Jaime Duque no solo es un lugar para ver, sino un espacio para comprender. Comprender que la cultura, cuando se convierte en experiencia compartida, es el verdadero motor de identidad y de encuentro entre los pueblos.
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