Hubo un tiempo en que el puente de la 13 era más que una estructura de cemento y hierro. Era un testigo silencioso de la vida cotidiana, un guardián de los pasos apresurados, de los amores jóvenes que se detenían a mirar el atardecer sobre el río y de los vendedores que ofrecían su esperanza entre los bocinazos del tráfico. Hoy, donde antes se extendía su figura envejecida, sólo quedan escombros y el eco de lo que fue un pedazo del corazón de Soacha.
Su demolición no fue sólo un acto de ingeniería; fue, para muchos, la despedida de una época. Durante décadas, el puente sostuvo el peso de los sueños de un pueblo que crecía entre montañas y fábricas, que luchaba por abrirse paso entre la rutina y la esperanza. Sus barandas oxidadas y su asfalto resquebrajado eran cicatrices de una larga vida al servicio de todos. Algunos decían que envejecía junto con el municipio, que sus grietas eran como las arrugas en el rostro de una abuela que lo ha visto todo.
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El anciano que unía los recuerdos
Hubo un tiempo en que el puente de la 13 era más que una estructura de cemento y hierro. Era un testigo silencioso de la vida cotidiana, un guardián de los pasos apresurados, de los amores jóvenes que se detenían a mirar el atardecer sobre el río y de los vendedores que ofrecían su esperanza entre los bocinazos del tráfico. Hoy, donde antes se extendía su figura envejecida, sólo quedan escombros y el eco de lo que fue un pedazo del corazón de Soacha. Su demolición no fue sólo un acto de ingeniería; fue, para muchos, la despedida de una
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Los niños que alguna vez jugaron a correr sobre él hoy son adultos que lo cruzaron por última vez con una mezcla de nostalgia y resignación. Allí dejaron risas, pasos, promesas y silencios. Cada ladrillo retirado parecía llevarse una historia: la del estudiante que corría a su colegio, la del obrero que regresaba cansado al atardecer, la de la madre que se detenía a mirar el cielo mientras el viento le enredaba el cabello.
Ahora, en su lugar, se levantará un nuevo puente, moderno, funcional, símbolo del progreso que Soacha tanto necesita. Pero, aunque el acero nuevo brille y el tránsito fluya con rapidez, algo se habrá perdido: el alma vieja y la memoria colectiva del municipio, esa que sabía detenerse un momento para recordar.
El puente de la 13 no era sólo una vía: era una memoria compartida. Y aunque su cuerpo haya caído, su espíritu seguirá vivo en la nostalgia de quienes lo cruzaron, en los relatos de los mayores y en el suspiro melancólico de una Soacha que avanza, pero que no olvida.
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