Por: Mónica Andrea Rodríguez Ospina– Lic. Humanidades y Lengua Castellana- Magíster Creación Literaria

La esencia de la música, el matiz que penetra el espíritu y ahoga el alma, la mezcla entre el sentimiento y la razón, la raíz primaria del ser, de la tradición oral  del origen del todo y la nada, quizás por ello, nos identificamos con la vibración de alguna melodía que retumba en el alma y se graba en la memoria como el fuego al hierro.

Algunos llaman al metal sinfónico, el metal de los académicos, una denominación inherente a los estereotipos sociales, pero que resguarda un mandato histórico, que nos sumerge y traslada en el tiempo y se convierte en un trazo escrito manifestado en música, una pieza instrumental, que pulula en medio de efectos pesados y clásicos que se deja seducir por la voz imponente de un soprano, en ese vaivén de pentagrama asfaltado, el escultor nace y se enamora de la voz de Lennys Garzón Viñez, una doncella liberada del medioevo, saturada de dulzura y sensualidad femenina, pero con la fuerza de un huracán sobre el agua, cuya energía domina la trama y renace todo, incluso las cenizas.

Lennys ha dedicado gran parte de su vida a la música, canta desde que era una niña, talento que le heredó a su madre, esa herencia genética que todos tenemos y que no podemos desconocer, la impulsó a deambular por su más grande pasión, probando diferentes géneros entre ellos, el folclor colombiano del cual se siente orgullosa como hija de esta tierra.

Podría interesarte: Entre los trazos de un retrato